HISTORIA DEL HOSPITAL DEL QUEMADO, narrada por el Dr. Ashiba a la revista Horizonte (SUS ORÍGENES)


El ministro Ramón Carrillo, en una entrevista inicial, a finales de los ‘40, aceptó el proyecto de un dispensario para quemados del joven médico (cirujano plástico) Simón Kirschbaum.
Lo creó con nivel de Instituto y designó al desconocido Kirschbaum como su director.
Ejercía yo, dice el Dr. Ashiba, por aquel entonces, como practicante mayor en dicho Instituto del Quemado, que ocupaba las viejas instalaciones de la Maternidad Sardá en Viamonte y Uriburu.

Recién terminada la Segunda Guerra mundial, los nuevos conocimientos y técnicas de la especialidad, desarrollados durante el conflicto por ambos bandos, constituían un enorme universo de novedades terapéuticas.
Los tratamientos en base al Nitrato de Plata, diluido al 5% y el Violeta de Genciana, fueron complementados con los antibióticos tópicos, desarrollados durante el conflicto bélico.

Con más pasión que recursos, todos los integrantes del Instituto, desde su director, hasta la cocinera voluntaria, Isabel Brian; quien nos cocinaba ad honorem, nos volcamos a la labor de curar y estudiar.

Tanto de pasión había que, pasados dos años de intenso trabajo, casi nadie estaba nombrado y, por supuesto no cobrábamos sueldo alguno, al igual que nuestra cocinera, dependíamos de la solidaridad de los vecinos que nos acercaban algunas vituallas durante las largas guardias.

Una mañana desperté inspirado, producto sin duda de la juventud y la inconciencia. Reuní a un grupo de colegas y enfermeras y les dije: “Vamos a ver a Perón”.

A las cinco de la mañana estuvimos firmes en la Casa de Gobierno, ya que sabíamos que el Presidente llegaba a las seis.

El personal de guardia trató de disuadirnos, pero, con total firmeza expresamos nuestra decisión de ver al Presidente. A las seis en punto el general Perón traspasaba la puerta en dirección a su despacho, con una sonrisa nos saludó y siguió su camino.

Poco más tarde un empleado nos anunciaba que el Presidente dispuso que nos recibiera el capitán Domínguez, una especie de enlace con el Ministro de Salud. Allí mismo el capitán nos cita para una entrevista con el Ministro Carrillo.
El día de la entrevista estuvimos todos presentes, se abrieron las puertas del despacho, y, en una larga mesa estaban sentados el Ministro y una decena de funcionarios.

El Dr. Carrillo nos vio y dijo: “¿Qué pasa, muchachos?”

Expusimos nuestras demandas y el capitán Domínguez, sin duda en un afán de ser “más papista que el Papa”, comenzó a increparnos duramente, siendo silenciado por el ministro.

Así fue que llegaron los nombramientos. Quizá por el apuro o la falta de cargos; quizá por ser mis ancestros japoneses y estar mis paisanos identificados como tintoreros o floricultores; me nombraron… “Jardinero de Primera”.

Así, además de cumplir con mis obligaciones médicas, di un sentido al nombramiento plantando una magnolia, que aun puede verse, en la esquina de Viamonte y Uriburu.

El Instituto del Quemado pasó a depender de la Fundación Eva Perón y, bajo el auspicio de la misma, creció. Tanto crecimos que a poco tiempo se hizo necesario más espacio.

Envalentonado por el éxito de mi gestión anterior con el Presidente Perón, me fui a ver a la “Señora”. Evita me escuchó y me dijo: “Bueno, pibe, buscá un lugar, e informame”.

Por aquel entonces, el actual Edificio Cóndor estaba en construcción y pertenecía a la UTA. Tal cual lo acordado, le llevé a Evita la propuesta, pero cuando le dije el precio, 15 millones de pesos, rechazó la opción por demasiado cara.

En aquella época cubríamos en nuestras guardias las emergencias.
Una noche me toca ir con la ambulancia a asistir un cuadro de insuficiencia cardiaca en un departamento de la calle Riobamba, cerca del Instituto.
Más de cuatro horas me llevó estabilizar al paciente; sangría de por medio, único método conocido por aquél entonces.

“Parece que esta vez zafé, ¿no, pibe?”
Me dijo el paciente. Ante mi respuesta afirmativa, me agradeció y preguntó: ¿No me ves parecido a nadie?
Y, si, se parece al ministro del interior, contesté. “Tenés razón, soy el ministro del interior”. Había atendido a Angel Borlenghi.
De inmediato di parte a mi jefe, quien se apersonó al departamento.

Por un par de años seguí buscando un lugar para el Instituto, pero en el ’55 ocurrió la Revolución Libertadora y pasamos a depender de la Municipalidad.
El Dr. Kirschbaum se debió exiliar en Perú, donde fuera distinguido con el grado de coronel del Ejército Peruano.
El Instituto se transformó en el Hospital del Quemado y le fue asignado el edificio del Hospital Bosch, su actual ubicación en Caballito.

Al principio, los vecinos demostraron hostilidad, ya que veían como desaparecía un centro asistencial barrial.
Nuevamente pedí una entrevista, esta vez con el párroco.
”Mire, padre, nosotros vinimos a instalar un hospital, no un prostíbulo; así que interceda ante los vecinos”, le dije.

Poco a poco nos fueron aceptando y aquí estamos; con una institución orgullo de la medicina Argentina en toda América.
Con una Asociación Cooperadora que acaba de cumplir 50 años de trabajo para el Hospital y la comunidad toda.
Sólo me queda una entrevista, ya jubilado.
Esta va a ser para que se le ponga nombre al único hospital que no lo tiene; el Hospital del Quemado.
Y mi propuesta será: “Dr. Simón Kirschbaum” o “Fundación Eva Perón”.
Y será justicia.

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